Difícil me lo
pongo al tratar de sintetizar lo que el Lcdo. Luis Muñoz relata en los cap. 12,
13 y 14 de la vida de San Juan de Ávila, sobre la biografía del baezano Diego
Pérez de Valdívia. Sin temor a equivocarme diré que de los discípulos del
maestro Ávila es quién más escribió, teniendo como tuvo a su disposición un
riquísimo tesoro de testimonios escritos provenientes de muchas fuentes, como
de Doctores de la Universidad de Baeza, de religiosos de la Compañía de Jesús,
de sacerdotes y de personas honradas y veraces.
A lo expuesto
sobre él en el Libro Guía de la Ruta Avilista Baezana: al hablar de la breve
historia de la fundación de la Universidad (3º de la ruta); de lo acontecido en
la plaza del Mercado ( 15º ); del lugar donde vivían sus padres ( 19º ) de la
entrevista con Santa Teresa en Toledo (blogs 13 de octubre) y de la cronología
que se recoge en el apéndice del Libro guía, trato de recordarles que nuestro
ilustre paisano D. José Melgares Raya lo hizo objeto de la lección inaugural
del curso académico en el Seminario Diocesano de Jaén ( 1990 – 1991 ).
El Lcdo.
Muñoz seguirá relatando que renunció al cargo de predicador de Felipe II,
siguiendo las indicaciones del Maestro: “Hijo, no le dio Jesucristo Nuestro Señor
corazón para palacios, sino para salvar
las almas, por quién nuestro Maestro dio su sangre”.
La decisión
de hacerse a la mar, le llevó a Valencia (donde se relacionó con san Juan de
Ribera y San Luis Beltrán) y se encaminó luego a Barcelona, donde fue muy
popular, desempeñó diversos ministerios relacionados con la predicación y la
dirección espiritual. El obispo de Barcelona logró que se quedase, a pesar de
las instancias del obispo de Jaén, gracias a la intervención de Felipe II.
Por encargo
de los “concellers”, explicó Sagrada Escritura en la Universidad (1578 – 1589).
También consiguió la erección del Hospital de la Misericordia (1581) y apaciguó
la revuelta contra el virrey (1588). Toda la estima que le tuvo la ciudad
de Barcelona, la mereció muy bien por su
doctrina, por sus virtudes y ejemplo, por las buenas obras que de él
continuamente recibía. Su influjo se
extendió a toda Cataluña, donde le llamaban “el santo” y “el apostólico”.
Después de su
muerte (1589) se le tuvo en gran veneración
durante muchos años, debido también a sus escritos espirituales y a la
biografía escrita por sus buenos amigos los padres capuchinos (en cuyo
cementerio fue sepultado).
Si la deuda
pendiente con el Maestro Ávila quedó saldada con el paso de los siglos, con su
discípulo Diego Pérez de Valdívia quedará por saldar. Esta obligación, toca
igual a los barceloneses y, por ventura mayor, a sus naturales de Baeza.
“…espero ha de enmendarse este descuido, y que unidas Barcelona y Baeza han de
acudir al Pontífice Romano que nos
permita públicamente venerar por santo al que tenemos por tal, manifestando al
mundo sus virtudes y vida, para gran gloria de Dios y aprovechamiento de los
fieles”.
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