lunes, 14 de octubre de 2013

DIEGO PÉREZ DE VALDÍVIA



Difícil me lo pongo al tratar de sintetizar lo que el Lcdo. Luis Muñoz relata en los cap. 12, 13 y 14 de la vida de San Juan de Ávila, sobre la biografía del baezano Diego Pérez de Valdívia. Sin temor a equivocarme diré que de los discípulos del maestro Ávila es quién más escribió, teniendo como tuvo a su disposición un riquísimo tesoro de testimonios escritos provenientes de muchas fuentes, como de Doctores de la Universidad de Baeza, de religiosos de la Compañía de Jesús, de sacerdotes y de personas honradas y veraces.



A lo expuesto sobre él en el Libro Guía de la Ruta Avilista Baezana: al hablar de la breve historia de la fundación de la Universidad (3º de la ruta); de lo acontecido en la plaza del Mercado ( 15º ); del lugar donde vivían sus padres ( 19º ) de la entrevista con Santa Teresa en Toledo (blogs 13 de octubre) y de la cronología que se recoge en el apéndice del Libro guía, trato de recordarles que nuestro ilustre paisano D. José Melgares Raya lo hizo objeto de la lección inaugural del curso académico en el Seminario Diocesano de Jaén ( 1990 – 1991 ).


El Lcdo. Muñoz seguirá relatando que renunció al cargo de predicador de Felipe II, siguiendo las indicaciones del Maestro: “Hijo, no le dio Jesucristo Nuestro Señor corazón para palacios, sino para salvar  las almas, por quién nuestro Maestro dio su sangre”.


La decisión de hacerse a la mar, le llevó a Valencia (donde se relacionó con san Juan de Ribera y San Luis Beltrán) y se encaminó luego a Barcelona, donde fue muy popular, desempeñó diversos ministerios relacionados con la predicación y la dirección espiritual. El obispo de Barcelona logró que se quedase, a pesar de las instancias del obispo de Jaén, gracias a la intervención de Felipe II.


Por encargo de los “concellers”, explicó Sagrada Escritura en la Universidad (1578 – 1589). También consiguió la erección del Hospital de la Misericordia (1581) y apaciguó la revuelta contra el virrey (1588). Toda la estima que le tuvo la ciudad de  Barcelona, la mereció muy bien por su doctrina, por sus virtudes y ejemplo, por las buenas obras que de él continuamente recibía. Su influjo  se extendió a toda Cataluña, donde le llamaban “el santo” y “el apostólico”.

Después de su muerte (1589) se le tuvo en gran veneración  durante muchos años, debido también a sus escritos espirituales y a la biografía escrita por sus buenos amigos los padres capuchinos (en cuyo cementerio fue sepultado).



Si la deuda pendiente con el Maestro Ávila quedó saldada con el paso de los siglos, con su discípulo Diego Pérez de Valdívia quedará por saldar. Esta obligación, toca igual a los barceloneses y, por ventura mayor, a sus naturales de Baeza. “…espero ha de enmendarse este descuido, y que unidas Barcelona y Baeza han de acudir al Pontífice Romano  que nos permita públicamente venerar por santo al que tenemos por tal, manifestando al mundo sus virtudes y vida, para gran gloria de Dios y aprovechamiento de los fieles”.

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